Con alegria veo las pantallas hablando de alguien que en mi vida significa bondad, ayuda, paciencia, amor y amistad. Y aunque nuestra vida espiritual nos hizo tomar rumbos distintos, cada momento que compartimos son recuerdos llenos de agradecimiento.
Con esta noticia viene al caso recordar una poderosa anécdota de mi disloca adolescencia, de aquellos tiempos en que el ocultismo, la ceguera satanista y la autodestrucción me llevaban a extremos de los que no me sentiré jamás orgulloso.
El ahora reluciente Papa, servía como líder de la comunidad Agustina en la ciudad de Trujillo, Perú, en la zona de Santa María, en la cual vivía quien les escribe y tenia loco a todos con travesuras propias de la confusión en la que llenaba mi mente en esos tiempos distorsionados. y que no permitían tener paz a las acostumbradas jornadas de su feligresía. Para esto esas voces que oía continuamente me dieron una orden y procedí, en mi falta de conocimiento y discernimiento de esos tiempos, presuroso a obedecerlas.
¡Cual era la indicación de aquella noche? — ¡Llévate al padre Roberto al otro lado!.
Toque su puerta, pregunte por él y al sentarme mirándolo de frente sus ojos solo reflejaban paz, amor, compasión. Esa voz me retumbo en la sesera, —¡Ahora, llévatelo!. Mas cuando mi mente decía que lo haría, mis labios solo expresaban un grito desesperado y exclamé: —¡Padre, ayúdeme!. Me mandaron a matarlo!—, él en su apacible y paciente forma de ser, me sonrió, se paro y me abrazo. El cuchillo calló y su sonido solo fue la primera ruptura entre aquella voz y mi relación con Dios.
Desde aquel día, la amistad con el Padre Roberto Prevost, aquel sin títulos, aquel humano, aquel que sonreía, se tomaba unas copas de vino, cocinaba junto a mi pizzas y arroz con salsa de picante cada noche, jugaba Rummikub y me ayudo a terminar mi carrera en la universidad, se convirtió en el padre protector que siempre anhele, en el amigo que siempre me escuchó, en la primera persona que me mostró a Dios de verdad. Y aunque nuestros caminos de distanciaron, la amistad y agradecimiento siempre quedaron en mi corazon.
A pesar que el grito de ¡habemus papam!, para los cristianos nos es sinónimo de una eterna equivocación y mala interpretación bíblica. Quiero imaginar que aquella lejana noche, esa voz, me dio aquella misión por una razón.
Querido y recordado Padre Roberto. Dios le guie y haga de usted un Papa que marque la diferencia. Oraré por ti y el rol que Dios te dio en la historia de la humanidad.
Meditando me pongo a pensar en aquel momento de mi vida que pudo cambiar la historia.