El mar arreciaba, calmo y demasiado azul para el largo
viaje. Días enteros, aquel navío había sucumbido a la pena de un hogar distante
y la incertidumbre de un lugar desconocido, acercándose cada vez más a la vida
de aquellos que sólo desean una oportunidad de progreso.
Mirando a la distancia, aquel hombre gemía su alma y
pensaba si aquel largo trayecto los llevaría a su destino. África, le llamaban
a aquel paraíso que les gritaba con historias de leyenda, con riquezas que despertaban
a los atrevidos y soñadores. África, pensaba… África soñaba… Palacios de marfil invadían sus
sueños y diamantes sus despertares. África… grandiosa África.
Y en su mirar el horizonte, su mente voló hacia un
futuro anhelado… una casa… una tierra… una vida en el paraíso africano, junto a
los nativos, junto a los suyos, en una armoniosa y dulce vida. –Aaaa… - pensaba
suspirando – será la gloria-.
Estaba volando a mil reinos, castillos de ébano y
sabanas llenas de exóticas especies con diamantes brillantes como alfombras,
cuando un grito le despertó de su sopor… -¡África… África a la vista!-. El
corazón salto de su interior y en una danza sublime anclo su nave… remo hacia
la orilla y piso con su europeo calzado, la tierra virgen, la tierra del León.
-¡Regresa por donde viniste!- grito África. –Nunca debiste
venir. ¡Regresa!-
-Soy el holandés… África… Soy como tú. Fuerte, inhóspito,
soñador.-
-¡Silencio!- ¿acaso no ves el futuro sangriento y de
llanto que tus pisadas escriben para nuestra tierra?- ¡Regresa por donde
viniste, o la sangre de nuestra raza caerá sobre ti!-
Aquel momento, el holandés se dio cuenta que la
historia estaba en sus manos y decidió volver.
Los ojos se abrieron y el sueño terminado dio paso a
un salto… abrió las ventanas y observando al horizonte, el grito de los látigos
y los barcos negreros, le hicieron esbozar una cruel sonrisa y pensó para sí
mismo… -Fue sólo un sueño-.