sábado, 2 de mayo de 2015

CUENTO IV: EL HOLANDÉS

El mar arreciaba, calmo y demasiado azul para el largo viaje. Días enteros, aquel navío había sucumbido a la pena de un hogar distante y la incertidumbre de un lugar desconocido, acercándose cada vez más a la vida de aquellos que sólo desean una oportunidad de progreso.

Mirando a la distancia, aquel hombre gemía su alma y pensaba si aquel largo trayecto los llevaría a su destino. África, le llamaban a aquel paraíso que les gritaba con historias de leyenda, con riquezas que despertaban a los atrevidos y soñadores. África, pensaba… África soñaba… Palacios de marfil invadían sus sueños y diamantes sus despertares. África… grandiosa África.

Y en su mirar el horizonte, su mente voló hacia un futuro anhelado… una casa… una tierra… una vida en el paraíso africano, junto a los nativos, junto a los suyos, en una armoniosa y dulce vida. –Aaaa… - pensaba suspirando – será la gloria-.

Estaba volando a mil reinos, castillos de ébano y sabanas llenas de exóticas especies con diamantes brillantes como alfombras, cuando un grito le despertó de su sopor… -¡África… África a la vista!-. El corazón salto de su interior y en una danza sublime anclo su nave… remo hacia la orilla y piso con su europeo calzado, la tierra virgen, la tierra del León.

-¡Regresa por donde viniste!- grito África. –Nunca debiste venir. ¡Regresa!-

-Soy el holandés… África… Soy como tú. Fuerte, inhóspito, soñador.-

-¡Silencio!- ¿acaso no ves el futuro sangriento y de llanto que tus pisadas escriben para nuestra tierra?- ¡Regresa por donde viniste, o la sangre de nuestra raza caerá sobre ti!-

Aquel momento, el holandés se dio cuenta que la historia estaba en sus manos y decidió volver.


Los ojos se abrieron y el sueño terminado dio paso a un salto… abrió las ventanas y observando al horizonte, el grito de los látigos y los barcos negreros, le hicieron esbozar una cruel sonrisa y pensó para sí mismo… -Fue sólo un sueño-.